El viaje del amor propio es más hermoso cuando levantas la vista y te encuentras con otros turistas que también están de visita, viajeros temporales de distintos orígenes y contrarias naturalezas, aunque exploradores errantes, también residentes de nuestras propias paredes que tan firmes como transparentes nos permiten compartirnos y saber que no estamos solos, que vamos juntos al mismo destino y que el amor más puro deja de ser de uno, para ser uno solo.
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