Flores de jazmín que plantaste en el jardín, nunca entendí por qué las cortaste.
Me encantaba cerrar los ojos y olerlas, respirar lento para detener el tiempo, en el vestido de primavera que me cosiste en casa de mi abuela. Hilos en cajitas de galletas sin galletas, una tortuga con agujas y alfileres y muchas telas.
Mangos derretidos por el sol de verano, que recogíamos del patio para tener siempre agua fresca, nieves y paletas. También cortaste ese árbol.
Sus ramas tocando la ventana de mi cuarto y el silbido del viento que traía el otoño, ya no daban miedo cuando estabas a mi lado, haciéndome piojito con tu pelo como almohada.
Tu pelo chino y suavecito, que olía a tu perfume favorito: azucenas, jazmín y lavanda, mezcladas con sudor y el aroma de la tranquilidad de poder despertar un nuevo día a desayunar un par de torrejas con miel de maple y jugo de naranja.
Las maderas que pintabas, tus colores y hojas blancas. El olor del fomi que acentuaba su presencia con el sol entrando por la ventana, mientras diseñabas con tus manos las invitaciones de mi cumpleaños. Huevitos rellenos de confeti y bolsitas de dulces, a las que siempre les sacaba los tamarindos porque sabía que eran tus favoritos.
Girasoles y libretas.
Papel para envolver y sopas de letras.
Flores, telas, mangos, miel.
Quisiera guardar por siempre el aroma de tu piel.
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